En su época, Alejandro Magno era el hombre más poderoso de la tierra. Sin embargo, no era una persona feliz y no gozaba de paz interior. ¿Cómo era posible que nunca experimentase la serenidad? Era en cierto modo un hombre muy atormentado que ponía toda su energía en seguir conquistando el planeta. Pero un día oyó hablar de un sabio, una especie de ermitaño, que vivía en un tonel y que, a pesar de no disponer de nada material, era un individuo llamativamente sereno e imperturbable. Alejandro decidió ir a verle. El sabio no era otro que Diógenes. Prepotente, Alejandro se dirigió a él diciéndole:
-Amigo, soy el hombre más poderoso de la tierra. Dime, ¿qué puedo hacer por ti?
Diógenes repuso:
-De momento, apártate hacia un lado, porque me estás tapando la luz del sol.
Alejandro le dijo:
-Tienes fama de ser un hombre que goza de una gran paz interior, aunque, por lo que sé, sólo dispones de ese tonel.
-Y de mí mismo -aseveró el ermitaño-. ¿Y en qué puedo yo ayudarte a ti?
-Soy el hombre más poderoso de la tierra -dijo Alejandro-, pero no tengo paz interior. Tú has ganado celebridad por tu contagiosa quietud. ¿Puedes decirme cómo conseguida?
El ermitaño respondió:
-El hombre más poderoso de la tierra es el que se conquista a sí mismo. Quédate un tiempo conmigo, te enseñaré a meditar y te mostraré el camino hacia la paz interior.
-Ahora no puedo permanecer contigo, porque debo seguir conquistando tierras lejanas. Pero te prometo que después de conquistar la India, volveré a tu lado y seguiré tus instrucciones para hallar el sosiego total.
Alejandro emprendió la campaña de la India. A su modo, era un buscador, porque en este país tuvo como maestro al yogui Jaina Kalana. Pero unas fiebres se apoderaron de él y le robaron la vida, sin haber hallado la paz interior.
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