martes, octubre 14, 2008

Cambiar la educación para cambiar el mundo

"Hoy instruye, pero no da una formación integral", dice el psiquiatra chileno Claudio Naranjo

Para Claudio Naranjo, psiquiatra chileno especializado en antropología, la educación -al menos como se la imparte en Occidente-, es sencillamente un fraude.

Este médico de 74 años radicado en Berkeley (California) , que acaba de publicar el libro Cambiar la educación para cambiar el mundo , dijo a su paso por la Argentina que el sistema educativo es esclavo de los intereses del mercado transnacional; que las escuelas son máquinas de exprimir niños; que lo que hacen es transmitir conocimientos de manera robotizada para pasar exámenes; que las universidades son un ticket para conseguir un buen empleo, y que los maestros están deprimidos y llenos de enfermedades psicosomáticas. Así de duro y de tajante.

"Los jóvenes sienten las instituciones educativas como irrelevantes para sus vidas", agregó el especialista chileno, formado en psicología de los valores en Harvard y en California, y creador del programa SAT, que define como "escuela del amor, del encuentro con uno mismo y el cultivo de la espiritualidad" .

En diálogo con LA NACION, Naranjo -pianista singular y fanático de Piazzolla- comentó que, desde hace una década, está abocado a trabajar con los docentes para que tomen conciencia de que necesitan una transformació n para poder cambiar el sistema. "Si logramos transformar al maestro, mejorará naturalmente la educación", comentó.



-¿Cuál es hoy la falla más importante en el sistema educativo?

-La educación hoy es un fraude. Instruye pero no educa. No contribuye al desarrollo integral de la persona, se ocupa de cultivar la mente del niño, pero no presta atención a sus deseos y emociones. No estamos educando para la felicidad, entendida como camino para el servicio y la vida. No se busca que los chicos sean seres autónomos, conectados con sus deseos y su individualidad. La educación se ha deshumanizado; está automatizada, globalizada, y se encuentra a merced de los intereses del mercado transnacional, de una fuerza invisible y poderosa que controla el dinero.


-¿Qué tipo de transformación necesitan los educadores?

-Los formadores precisan aprender lo que las universidades no le ofrecen: emprender un camino hondo de autoconocimiento, de sanación para convertirse en personas plenas, ancladas en su esencia; individuos con vínculos sanos. Creo haber desarrollado un método para lograrlo que hace hincapié en la meditación, el desarrollo de la atención, la quietud de la mente como vías de introspección. Mi teoría es que, si un maestro quiere enseñar a su alumno a ser libre, pacífico u honrado, él debe primero trabajar sobre sí mismo para alcanzar estas virtudes y luego transmitirlas.


-En su libro, usted propone que la educación asuma su potencial salvífico. ¿En qué sentido puede salvarnos?

-La educación debería colaborar en desarrollar seres humanos completos, integrales y puede ser salvífica si tiene en cuenta los tres niveles de evolución de nuestro cerebro: el instintivo, el afectivo y el racional. Hoy predomina el último por el paradigma racional de nuestra cultura; buscamos con soberbia el saber. Las escuelas descuidan los aspectos instintivos relacionados con el deseo y la afectividad.


-¿Los colegios y las universidades deben dejar de transmitir conocimientos, habilidades y competencias para formar futuros profesionales?

-No. Por supuesto: deben transmitir conocimientos y estimular el desarrollo de habilidades, pero sin descuidar la individualidad de cada alumno, sus aptitudes y deseos. Hay que educar para ser, fomentar en los chicos un camino de encuentro con su esencia. Si vivimos desconectados de nosotros mismos, siempre buscaremos llenar un vacío interior en el exterior. Ningún bien material (auto, departamento, viaje); ningún cargo o empleo, por más prestigioso y remunerado que sea, puede llenar ese vacío. Mi propuesta es ayudar al maestro y al chico a encontrarse consigo mismo, incluso animarse a sentir el vacío que todos tenemos dentro, y emprender luego un camino de búsqueda e integración. Una persona anclada en sí misma, auténtica y madura encontrará en la sociedad un buen lugar para desarrollarse profesionalmente y, lo más importante: vivirá contenta.

Fuente: Diario LA NACIÓN

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