domingo, abril 12, 2009

Pasivos Culturales: El tendal que deja Armani


La firma Clothing Brands acaba de anunciar que cerrará el local de Emporio Armani, en la avenida Alvear, debido a trabas en la importación. Según parece, Armani le impide o demora fabricar en el país, y el Gobierno ralenta la llegada de importados para apurar el reemplazo de importaciones. Clothing Brands pertenece al Exxel Group, maneja en la mayoría de América latina las marcas Armani, Penguin, Lacoste, Cacharel y Paula Cahen D’Anvers, y facturó el año pasado 140 millones de dólares.


Una intriga que deja esta movida es qué será del local en la avenida Alvear, inaugurado en 2001. La inauguración fue el remate de un largo y caro acto de vandalismo cultural impune: la destrucción de un edificio clásico de Alejandro Bustillo construido como un hotel de ville para una familia. Ya en vida el maestro tuvo un disgusto con este edificio cuando los dueños originales le agregaron un piso. Bustillo, cuenta la anécdota, se apareció un día con un albañil, una escalera, un balde de cemento y una cuchara. Instalada la escalera, el albañil se subió y tapó su firma. Este acto de protesta del arquitecto todavía puede verse a la derecha de la fachada, donde se adivina el nombre de Bustillo bajo una capa de cemento incompleta.

Lo que hizo Clothing Brands para su local de Armani fue una destrucción completa del edificio, cuyos interiores fueron totalmente arrasados.


Lo que fue gran arquitectura quedó en plantas libres y cielorrasos de Durlock, con esa profusión de lamparitas que los comercios adoran. Ni la fachada se salvó, porque todas sus aberturas fueron arrancadas y reemplazadas por paños fijos de vidrio, como vidrieras. En planta baja fue peor, porque se recortaron las partes bajas de los vanos para crear vidrieras a ras del piso. En todos los casos se retiraron las herrerías originales.

Ahora Armani se va y nos deja esta cáscara vacía, esta maqueta rota de lo que fue un Bustillo. Esto es literalmente colonial, es caer, cortar los árboles o extraer el oro para luego irse y dejar el tendal a los nativos. Y es un acto impune de barbarie cultural que nuestra anomia hace legal y que la mentalidad corsaria hace normal. Algo nos dice que el grupo Exxel, Clothing Brands o Armani ni piensan reparar el edificio y dejarlo como lo encontraron.

Simplemente, se irán.


O sea, muchas gracias.


ironia final


Fuente: Pagina 12

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LA ESCENCIA DEL SER


Sabrás del dolor y de la pena de estar con muchos, pero vacío
Sabrás de la soledad de la noche y de la longitud de los días.
Sabrás de la espera sin paz y de aguardar con miedo.
Sabrás de la soberbia de aquellos que detentan el poder
y someten sin compasión

Sabrás de la deserción de los tuyos y de la impotencia del adiós.
Sabrás que ya es tarde y casi siempre imposible.
Sabrás que eres tú el que siempre da y sientes que pocas veces te toca recibir.
Sabrás que a menudo piensas distinto y tal vez no te entiendan.
Pero sabrás también:

Que el dolor redime.
Que la soledad cura.
Que la fe agranda.
Que la esperanza sostiene.
Que la humildad ennoblece
Que la perseverancia templa
Que el olvido mitiga.
Que el perdón fortalece.
Que el recuerdo acompaña.
Que la razón guía,
Que el Amor dignifica...

Porque lo único que verdaderamente vale es aquello que está dentro de ti,
y por encima de todo está Dios sólo tienes que descubrirlo y así,
hallarás la verdadera Paz."


Juan XXI

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sábado, abril 11, 2009

Alfonsín y Perón, para la historia


Cuando estas líneas se publiquen, ya se habrán enumerado todas las cualidades de Raúl Alfonsín: su honestidad como gobernante, una virtud que los sucesores han vuelto más evidente; su vocación republicana, que lo llevó a librar peleas sin tregua contra la injerencia de la Iglesia en los asuntos del Estado, una de las cuales ganó al promover la ley de divorcio; su coraje para enjuiciar a los opresores que habían sido dueños del país y disponían aún de fuerza para proteger su impunidad.


Se habrán mencionado también sus errores: la claudicación ante los carapintadas amotinados la Semana Santa de 1987; su penosa relación con el poder económico que terminó adelantando su salida del gobierno; las torpezas del pacto de Olivos, que intentaba fundar una república parlamentaria y sólo consiguió reforzar la omnipotencia presidencial y erosionar las instituciones. Ya se habrá dicho muchas veces, pero nunca las suficientes, que en su brújula no existió otro norte que consolidar la democracia recuperada en 1983, para que esa vez fuera la definitiva luego de cinco décadas de golpes de Estado.


Quizá no se haya escrito tanto, en cambio, sobre las contradicciones íntimas que debió afrontar desde su participación en el nacimiento de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, en 1975, que denunció la violencia paraestatal de la Triple A, hasta su papel como presidente en los días del delirante ataque armado al regimiento de La Tablada, donde hubo asaltantes del Movimiento Todos por la Patria que se entregaron con vida y luego aparecieron muertos.


Ninguno de los países del Cono Sur, igualmente asolados por las dictaduras del fin de la Guerra Fría, tuvo un juicio a los jefes militares como el que Alfonsín llevó adelante en la Argentina: una intervención ejemplar de los poderes del Estado para que nunca más se atropellaran los valores amparados por la Constitución. Ese gesto, y su terca resistencia a la adversidad, dieron esperanza a los pueblos de Uruguay, Brasil y Chile, que iban a recuperar sus libertades. Y al tiempo, amenazado el país por tres levantamientos militares, su presidencia promovió las leyes de punto final y obediencia debida que la Corte Suprema declaró inconstitucionales años después.


Mucho se habrán evocado también las emociones que Alfonsín despertó en octubre y diciembre de 1983, cuando el país se recuperó de sus largas y endémicas pesadillas mesiánicas luego de la trágica insensatez de la guerra de Malvinas, casi mil muertos con que la dictadura trató de prolongar una ilegitimidad que no había podido sostener con treinta mil desaparecidos. La arrebatadora campaña de Alfonsín fue acaso la última demostración espontánea de fe política, sin autobuses de alquiler cargados por rehenes de los punteros en busca de un viático, y sin la mediación decisiva de la televisión, hoy tan vinculada a intereses políticos.


Con esa campaña logró ganarle al peronismo por primera vez y por las buenas, allí donde años de torpe proscripción habían fallado. Tuvo entonces el maravilloso valor de llegar al corazón de los argentinos recordándoles cómo habían decidido formar una nación para buscar la paz y el progreso. Sólo bastó que en esos días recitara el preámbulo de la Constitución para que su voz se convirtiera en un recuerdo entrañable, para rescatar el Estado de Derecho que muchos habían despreciado ante los papelones grotescos de Isabel Perón o las utopías de socialismo, cuando todavía estaba en pie el muro de Berlín. Al repetir una y otra vez la letanía del preámbulo, reivindicó el respeto por la voz de los otros y por el diálogo civilizado con los adversarios.


Esas son las estampas que retendrá la historia. De ellas se han acordado muchos de los que hoy utilizan su muerte para legitimar sus propios intereses, actores políticos que se deshacen en panegíricos sobre las convicciones republicanas del difunto, así como en los años de su gobierno tejieron el lobby económico y el golpe de mercado que culminó en los saqueos y los muertos de la hiperinflación.


Debió entregar la presidencia seis meses antes de cumplir su mandato, pero al menos lo hizo a otro ciudadano elegido en comicios libres, adalid de un partido que no era el suyo. Alfonsín retrocedió pero no se rindió. Como él mismo decía, era un gallego duro. Los elogios a su capacidad de diálogo impiden ver la tenacidad y la firmeza con que llevaba adelante sus convicciones. Con frecuencia se olvida que encabezó el ala progresista del radicalismo desde que, en 1972, fundó el Movimiento de Renovación y Cambio, línea opuesta al balbinismo. Yo quiero contribuir a su memoria con otras estampas, episodios menores que reflejan, creo, el envés de esas medallas pero que, a la vez, lo retratan de cuerpo entero.


Lo conocí en Caracas a mediados de 1981. Se hospedaba en la casa de su amigo Adolfo Gass, quien sería elegido senador por el radicalismo cuando regresó del exilio. Estaba en la cama, postrado por una gripe tropical, y no advertí en él nada que me impresionara. Su aspecto y su lenguaje parecían los de un hombre cualquiera, sin señales que revelaran el futuro presidencial que le auguraban tanto Gass como el matemático Manuel Sadosky, quien me había llevado a conocerlo.


Quizá porque la gripe lo decaía, no vi en el Alfonsín de entonces el brillo político que hacía falta para que los argentinos decidieran seguirlo, arrostrando la indiferencia y el miedo infundidos por el yugo autoritario. Les confié esos reparos a Gass y a Sadosky, y ambos coincidieron en que el Alfonsín de pijama que yo acababa de conocer, de apariencia tan gris y modesta, se agigantaba en las tribunas, en el parlamento y en los discursos públicos. "Jamás se le olvida que la historia lo está mirando", me dijo Gass, "y que la historia lleva la cuenta de todo lo que dice y hace".


Volví a verlo en agosto de 1987, pocos meses después de las rebeliones carapintadas, ante las que había desoído el clamor de la multitud que lo apoyaba. Fui a visitarlo a la residencia de Olivos para anticiparle los temas generales de la entrevista que esa misma noche le haría por televisión. No puso el menor reparo a mis preguntas y me instó a interrogarlo con absoluta libertad. "Sólo le ruego", me dijo, "que si formula acusaciones contra mí o alguno de mis colaboradores esté seguro de que se apoyan en pruebas muy sólidas. Cuando se deslizan sospechas sobre la honestidad de un funcionario no hay defensa posible, porque la sospecha queda flotando en el aire y sigue manchando por mucho tiempo al más inocente de los inocentes." Nadie se atrevió a dudar jamás de su probidad, y así se fue, tan limpio como llegó.


Mientras nos despedíamos, le dije que seguía sin entender por qué había preferido parlamentar con los rebeldes carapintadas en vez de enfrentarlos acompañado por las cien mil personas que repudiaban el golpe en la Plaza de Mayo y se ofrecían a defender con sus vidas la democracia naciente. "Si aceptábamos esa apuesta habríamos podido perder todo: la democracia y muchas vidas", me replicó. "Pensé entonces cuál era mi deber ante la historia. Y no dudé."


"Algo parecido respondió Perón en 1970", le dije, "cuando le pregunté por qué, creyéndose más fuerte que los rebeldes en 1955, no había intentado defenderse". "No quise cargar sobre mi conciencia con un enorme derramamiento de sangre", me explicó Perón. "Esos son actos que no perdona la historia."


Al presidente se le ensombreció la sonrisa y dejó que la luz del mediodía se llevara la cordialidad que había guiado nuestro diálogo. Esa noche, en los estudios de la televisión, volvió a ser el de siempre: agudo, veloz para las réplicas, certero al citar los índices económicos sin desviarlos ni una décima. Cuando caminábamos por los pasillos hacia la salida me llevó aparte y me dijo con firmeza: "Me quedé pensando en su referencia de esta mañana. Quiero decirle que a mí Perón no me va a ganar la historia".


De modo que ahí estaba, entonces, la historia, la invisible madre de todas las batallas. Perón se había encolerizado en Puerta de Hierro cuando le hice notar que Evita estaba llevándole ventaja en ese duelo ante la posteridad. Y ahora Alfonsín, sin cólera pero con el mismo énfasis, vaticinaba que la historia iba a preferirlo a él, que devolvió a la conciencia civil la noción de respeto a los derechos humanos y a las instituciones republicanas, y no a Perón, quien permitió a la clase trabajadora integrarse a la vida política y económica, además de sumar el voto de la mujer.


Ahora que se van apagando las alabanzas y los reproches que suceden a las muertes, los grandes hombres se van quedando solos, a la espera de que la historia se pronuncie. A ella la eligieron como juez y le cedieron la última palabra.


Tomás Eloy Martínez
Para LA NACION


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viernes, abril 10, 2009

Steiner y la crisis de Europa


Es extremadamente urgente que detengamos, hasta donde sea posible, la fuga de nuestros mejores jóvenes talentos de la ciencia (pero también del humanismo), que se marchan atraídos por las edénicas ofertas de los Estados Unidos. Si no se salva el abismo entre ellos y nosotros en salarios, en oportunidades de hacer carrera, en recursos para la investigación y en descubrimiento cooperativo, estaremos, en efecto, condenados a la esterilidad o a la segunda mano."

Santiago Kovadloff
Para LA NAC
ION

Esta sombría advertencia no la formula un latinoamericano, sino un europeo. Es la voz de George Steiner la que así se deja oír. A su juicio, lo mejor del Viejo Mundo agoniza bajo la arremetida incontenible de un doble proceso disolvente. Por un lado, la propia ineptitud europea para superar, más allá de las apariencias, sus divisiones internas, su "locura política", como él la llama. "Los odios étnicos, los nacionalismos chauvinistas, las reivindicaciones regionalistas, la limpieza étnica y el intento de genocidio en los Balcanes no son sino ejemplo reciente de una peste que llega hasta Irlanda del Norte, hasta el País Vasco, hasta las divisiones entre flamencos y valones." Por el otro, "la detergente marea de lo anglonorteamericano", cuyo incontenible avance redunda en la implantación de valores uniformes, homogéneos.


¿Quién ignora hoy que su envergadura gana proyección a expensas de la personalidad colmada de espléndidos matices y fecundas diversidades de la cultura europea?



La incapacidad del Viejo Mundo para superar la contradicción interna entre riqueza espiritual y barbarie política, afirma Steiner, no está asegurada por la flamante Unión Europea. Esa profunda escisión constituye el desvelo fundamental de este célebre pensador francés que, ya cerca de los ochenta años (los cumplirá el próximo día 23) sigue ocupando un lugar determinante en la escena intelectual contemporánea. Nacido en París en 1929, su familia se trasladó a Nueva York en 1940. Allí transcurrió su adolescencia. A Europa regresó para cursar estudios universitarios y convertirse, con los años, en "el más grande francés de Cambridge", como lo caracterizó Pierre Emmanuel Dauzat.


Figura magistral en el campo de las literaturas comparadas, no basta decir de él que se ubica entre los profesores más prestigiosos del mundo académico europeo. Excepcional escritor, su prosa de ideas, dotada de una intensa belleza, ha hecho de él uno de los ensayistas ineludibles de las últimas tres décadas. Se diría que no hay asunto que exceda su interés. Dotado de un infrecuente poder articulador (¿qué otra cosa es la inteligencia?), ha sabido tender puentes entre las regiones aparentemente más dispares del saber. Esta misma visión transversal y abierta a múltiples perspectivas es la que le ha permitido captar, con infrecuente hondura, la crisis que abruma a Europa.


George Steiner está persuadido de que el horror sembrado por dos guerras mundiales, a las que él llama civiles, no le ha bastado a Europa para aprender a reconocer su trágica dualidad. La memoria cabal de lo irreparable se extravía, desde hace tiempo, en un consumismo febril. La adquisición desenfrenada de cosas ha ganado el estatuto de una auténtica liturgia. Pero detrás de ella, impermeable al estruendo en que se intenta ahogarla, palpita una realidad que Steiner no olvida: "Europa occidental y el occidente de Rusia se convirtieron en la casa de la muerte, en el escenario de una brutalidad sin precedente, ya sea la de Auschwitz, ya la del Gulag. Más recientemente, el genocidio y la tortura han vuelto a los Balcanes". Y ello por no hablar de las políticas discriminatorias mediante las cuales se administra la presencia de inmigrantes en cuyo padecimiento los europeos no están dispuestos a reconocerse. "A la luz de estos hechos, la creencia en el final de la idea de Europa y sus moradas es casi una obligación moral. ¿Con qué derecho -se pregunta Steiner- hablaríamos de sobrevivir a nuestra inhumanidad suicida?"


De modo que, a su entender, Europa ha perdido ejemplaridad. La cultura no ha logrado promover el retroceso (y mucho menos, la extinción) de la barbarie. Por el contrario, ellas se entrelazan, complementan y coexisten en una simultaneidad escalofriante.


"Europa es el lugar donde el jardín de Goethe es casi colindante con Buchenwald, donde la casa de Corneille es contigua a la plaza en la que Juana de Arco fue horriblemente ejecutada." Las más altas realizaciones intelectuales son, pues, compatibles con la siembra, no menos europea, de una criminalidad sin mengua. "Para mí, la función humanizante de las ciencias humanas -escribe el pensador- debe ponerse seriamente en duda. [?] Al final de mi vida, ésa es mi pesadilla."


Si hay, para George Steiner, una figura emblemática que prueba la intensidad de esa pesadilla es la de Martín Heidegger. El más grande creador de ideas que en el siglo XX produjo la filosofía occidental fue, al unísono, adherente convicto al nacionalsocialismo y su más alta expresión universitaria. ¿A quién, sino a él, cabe aplicar esta sentencia lapidaria del autor de Antígonas : "La cultura no nos vuelve más humanos. Incluso puede insensibilizarnos ante la miseria humana"?


¿Cómo superar esta dualidad abrumadora? ¿Es ello posible? ¿Dónde puede abrevar Europa para atenuar, al menos, la desesperanza?


Sin duda, mediante un ejercicio ininterrumpido de memoria autocrítica. Pero además, y complementariamente, según Steiner, mediante la incorporación de aquellas enseñanzas de los Estados Unidos cuya validez política y moral no ha sido vulnerada por la crisis financiera que tan justificadamente afectó su reputación mundial: "El fantástico éxito del modelo norteamericano, de su federalismo, que cubre enormes distancias y climas diferentes, pide ser imitado. Nunca más debe sucumbir Europa a guerras intestinas".


Dos rostros de Europa, dos rostros de los Estados Unidos. Occidente, representado elocuentemente por la figura de Jano. Dualismo desgarrador y unidad irreductible de fuerzas antagónicas. Contigüidad entre barbarie y cultura ya señalada por Walter Benjamin y que impone la necesidad de volver a interrogarnos sobre la estructura de la subjetividad humana. Pero ya no sólo éticamente, sino también psicopatológicamente.


Julio Cortázar tenía razón: debemos vivir combatiéndonos. El conflicto entre Eros y Tánatos no puede tener fin en el hombre sin que ese desenlace lo aniquile. Se trata de una lucha que sólo abre perspectivas a la vida moral en la medida misma en que no cesa.


La presunta erradicación definitiva del mal es tan ilusoria como el afincamiento inamovible del bien. Dejarse arrastrar por una u otra ilusión totalizadora implica estar dispuesto a matar y morir por ideales signados por la intolerancia y el odio hacia todo lo que desmienta la pretendida universalidad de nuestras creencias.


El espíritu democrático, en cambio, se nutre en la convicción de un perfeccionamiento constante y, por eso mismo, siempre insuficiente. Convertida en oportunidad de crecimiento, esa insuficiencia abre el camino a la interdependencia solidaria, más atenta a los riesgos que conlleva el siniestro monopolio de la verdad.


El desafío fundamental es, pues, el de una constante vigilia crítica, el apego a la ley que exige hacer del otro alguien que no puede ser desoído sin que, a la vez, nos desoigamos a nosotros mismos. Se trata, en suma, de impedir que la vocación de convivencia termine siendo, en el hombre, un anhelo extirpado.


La infatigable e inspirada labor creadora a la que George Steiner ha consagrado su vida prueba que en él la palabra combativa, lúcida y apasionada ha podido más que el silencio del desaliento, y que, aun a los ochenta años, no está dispuesto a abandonar la lucha.


Es cierto: la cultura no puede ni podrá jamás derrotar a la barbarie de una vez por todas. Pero ello no debe inducirnos a bajar los brazos y obrar como si la barbarie pudiera derrotar a la cultura definitivamente.

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domingo, abril 05, 2009

Escuela Profesores del futuro

Un proyecto que pretende modificar la concepción del profesor de un método tradicional a un generador de ideas con carácter comunitario. Este enfoque permite desarrollar perfiles diferentes según las necesidades de la comunidad como ser: Emprendedor, Agente de Salud, Portavoz de la mujer o Lider comunitario. Las Escuelas de Formación de Profesores (EPF) de ADPP (ONG HUMANA) se desarrollan en Mozambique. Aquí se preparan los futuros profesores que después trabajaran en escuelas de zonas. Son tres videos, que lo disfruten:






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¿Alfabetización o creatividad?

Este video es sobre una conferencia dada en un encuentro anual que se da en Monterrey, California. Allí exponen sus ideas e interactúan buscando aprender unos de otros. El encuentro llamado TED ( Technology, Entertainment, Design) Conference habla de cómo la educación que se imparte en las escuelas mata la creatividad. El disertante Sir Ken Robinson es un reconocido experto en temas vinculados a la creatividad, de quien pueden obtener mas información en el siguiente link.



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