martes, marzo 27, 2007

La danza (II)

Del capítulo La danza de "Danzando con el misterio"
por: Oriah Mountain Dreamer
Traducción: Roberto B.


Este es mi secreto, el que todos las demás verdades tratan de disfrazar: siempre he sentido la presencia de algo mayor que mi misma.

Éste es mi recuerdo más claro: estoy en la cama, acurrucada como una pelota apretada, escuchando con cada célula de mi cuerpo. Tengo frío, pero es el miedo, no es la falta de calor la que me enfría. Debo tener tres o cuatro años de edad, lo suficientemente grande como para pasar la noche en una cama sin verjas de hierro, lo suficientemente joven como para ser obligada a irme a dormir mientras todavía hay luz entrando a través de la ventana, dejando ver el color rosado pálido de las paredes de mi cuarto. Puedo oír a mis padres discutiendo en la habitación de al lado. No puedo entender sus palabras, pero reconozco los sonidos de cólera y lágrimas. Los silencios periódicos son peores que las palabras-- una separación que amenaza la totalidad de mi mundo.

Aunque a mi no me parecen jóvenes, mis padres están sólo en sus inicios de los veinte. Más tarde, como un adulto, me valorizaré cómo sobrellevaron los estreses y las tensiones de estar casados y criar a dos niños pequeños siendo tan jóvenes.

Después de haber estado casada dos y divorciado, me preguntaré cómo se quedaron juntos, me maravillaré que no hubo más discusiones, y seré agradecida de que no hubo violencia.

Entonces, cuándo gatee hacia una esquina oscura debajo del escritorio del departamento que comparto con mi primer marido y levante mis rodillas bajo mi barbilla esperando hacerme bien pequeña para que él no me pueda desatorar para volverme a pegar, recordaré a mis padres. Y cuando mi marido intente convencerme que todos los matrimonios al principio son como el nuestro, que detrás de esas puertas cerradas todas las parejas de casados están viviendo con infelicidad y violencia, casi le creeré. Casi. Lo que me salvará es la memoria de mis padres que, aún cuando fueron jóvenes, aguantaron sin violencia, rieron más de lo que lloraron, y jugaron más de lo que pelearon.

Pero a los tres años de edad, recayendo sobre la escucha oscura al son de sus voces, no tuve tal perspectiva. Me asustó simplemente el sonido de su desacuerdo.

Me esfuerzo para oír sus palabras, esperando para detenernos, deseando cambiar las palabras de dirección. Gradualmente la cólera en sus voces es reemplazada con cansancio, y el silencio es compartido. Aliviada pero todavía preocupada, no puedo conciliar el sueño. Mi cuerpo queda apretado como un nudo, y puedo oír mi corazón palpitando fuerte. Y así es que le rezo al Dios del que he escuchado en mi clase Presbiteriana Dominical en la escuela. Le pido a él que nos cuide, que detenga la pelea, que me ayude a concebir el sueño. Y mientras rezo, comienzo a sentir una presencia en el cuarto, es una fuerza afectuosa que rodea mi cama. Mis músculos se relajan ante esta presencia que parece sujetarme, y yo imagino yacer en una mano gigante, la mano de Dios allí en mi cama. Y me quedo dormida, sujetado allí por una gran ternura.

Llamarle a esta presencia el Misterio, es ser deliberadamente atento de que todas las ideas que tenemos acerca de esta presencia son simplemente eso... nuestras ideas. No sé lo que es; sólo sé por mi experiencia lo que es, del mismo modo que use mi imaginación como una llave para abrir la puerta a esta experiencia.


Todos los días, algunas veces cuando cumplo con mi meditación práctica y algunas veces cuando trabajo en mi computadora o cuando estoy sentada en mi coche esperando el cambio de semáforo o comparto una comida con amigos, fijo mi atención en mi aliento y me visualizo a mí misma en un plano interior, en mi imaginación, viendo hacia eso que es más grande que yo... el Gran Misterio. Sólo tengo que voltear la cara hacia allá. Caigo en la cuenta de la temperatura del aire tocando mi mejilla. Imagino las moléculas de oxígeno e hidrógeno y dióxido de carbono colisionando en la actividad exuberante, acariciando la piel de mi cara. Y me doy cuenta de que estas moléculas están vivas gracias a una vibración, una presencia que está allí también en las células de mi piel y en las moléculas de esas células y en los átomos y las partículas subatómicas de esos.

Lentamente fijo mi atención en una vista interior del paisaje que está a mi alrededor y caigo en la cuenta de esta presencia, cómo el zumbido de una gran canción constantemente reverberando y emanando desde mi cuerpo, desde la silla en la que estoy sentada, desde la tierra que está debajo de mi, y de las personas que están a mi alrededor. Y veo a esta presencia como un todo, mayor a la suma de sus partes y todavía inseparables de sus partes - incluyéndome - las que están cambiando constantemente. Y experimento esta presencia, este hilo rojo sangre que atraviesa el tapiz oscuro de la vida diaria, que me da la habilidad para reconocer a los demás como si fueran yo misma, como la compasión. Cuando me sincero completamente ante esta presencia, dejo caer mis hombros y mi barriga se suaviza y desecha esos depósitos acumulados de pequeñas preocupaciones diarias que se fueron acumulando en mis entrañas, como reservas minerales de agua para las duras primaveras. Consciente de esta presencia, veo como el calor es el centro de vida, como la alegría orgiástica innata que grita "¡Vivo!", y como así se va gastando completamente. La veo como la esencia de las mismas cosas de las cuales yo, y todo lo que existe, están hechas, y recuerdo que esto es - este Misterio sagrado - es lo que somos.

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