lunes, febrero 12, 2007

Los discriminan por gordos feos o raros pero pelean por sus derechos y ganan


En un año se duplicaron las denuncias por discriminación. Y en los últimos 5 meses, las víctimas obtuvieron 23 dictámenes para ser respetados. Gracias a que reclaman, muchos logran revertir los daños.

Sssshhhh. Venga, venga, que están dando la película Philadelphia y le acaban de preguntar a Tom Hanks (Andrew Beckett, abogado brillante, despedido por tener sida, en medio del juicio por discriminación) por qué ama a la ley. Ahí contesta: "Porque en ocasiones, sólo en ocasiones, te hace sentir parte de eso que llaman hacer justicia... es lo más emocionante". Pronto va a morir, pero no su dignidad.

El nuevo mapa de la discriminación en la Argentina es un guión bastante peor: revela que uno de cada tres ciudadanos sufrió alguna agresión o expresión de intolerancia en su vida; que la clase media porteña mira mal a los gordos, a los enfermos de sida y a los que tienen determinados rasgos físicos; que las personas con discapacidad seguirán con problemas para viajar en el transporte público hasta el 2012, porque sólo uno de cada cuatro colectivos hoy está adaptado; que las diferencias salariales por un mismo trabajo desfavorecen a las mujeres entre un 30 y un 52 por ciento; y que los prejuicios siguen al acecho en las discos, los estadios de fútbol, las empresas y el Estado. Es el adelanto de una encuesta que prepara el Gobierno para presentar este año.

Detrás de estas estadísticas frías hay historias calientes de ciudadanos que no quieren ser atropellados y dan pelea: en los últimos cinco meses, consiguieron 23 dictámenes favorables del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) para que se respeten sus derechos, aumentaron la cantidad de denuncias de 150 a 310 en un año y consiguieron el replanteo de situaciones injustas.

De víctimas a protagonistas de cambios, podrían escribir varios libros cinematográficos con lo que les pasa. Hay que escarbar en una pila de expedientes que recorren sus casos para descubrir las mil caras que hoy tiene la discriminación en el país. Clarín lo hizo, leyó más de 600 hojas con los relatos de las víctimas y las réplicas de ocasión, en el lenguaje de los abogados. Pero también habló con algunos personajes encerrados en esas carpetas y les puso voz. Son informes que apuntan a la educación de la sociedad y no tienen el peso de una sentencia judicial.

Aquí y en los recuadros, los primeros capítulos de una historia basada en la novela de la vida, donde los muy gordos son obligados a pagar doble pasaje si quieren viajar en avión:


La maestra que echaron por católica.

Es Gabriela Nicoló, hija del primer guardavida de Santa Teresita. "Entre 1998 y 2001 trabajé allí como docente y llegué a directora. El colegio, evangelista, estaba al borde de la quiebra, pero en mi gestión pudimos sacarlo a flote. Levantamos la escuela, conseguimos la cantidad de alumnos que necesitábamos para seguir funcionando. Un buen día, me dicen que estaba despedida por no pertenecer a la Iglesia Evangélica. Se me vino el mundo abajo. Mi marido había perdido el empleo y yo era el único sostén de mis cinco hijos. Me cortaron la luz, el gas, el teléfono.

Quedé muy dolida, aún tengo cicatrices en el alma", cuenta desde el locutorio que atiende por las tardes.Gabriela no se dio por vencida. Logró probar su idoneidad profesional y que la excusa del despido había sido discriminatoria, porque ella trabajó tres años en el establecimiento sin cuestionamientos a su condición religiosa, hasta que las reglas cambiaron. "Un pastor quiso pedirme disculpas tiempo después, pero el daño ya estaba hecho". Ya no usa guardapolvo verde, volvió al blanco de su infancia, el de la escuela pública. El año pasado fue la maestra de los chicos de segundo y quinto grado de San Clemente del Tuyú. En marzo, a la espera de flores, volverá a enseñar.


La mujer que expulsaron de un hotel por dar de comer a dos chicos de la calle.

Sucedió en Venado Tuerto, cuando Silvina Ardenghi, gerenta de una empresa de cosméticos, sentó a su mesa a dos nenes, de 10 y 12 años, que habían entrado al restaurante a pedir limosna. "La encargada del lugar quiso impedirlo, discutimos, pero, por suerte, la gente empezó a aplaudir mi actitud. Entonces se calmaron y tuvieron que servirles a los chicos unas buenas hamburguesas.

El tema es que después me citó el gerente del hotel para hablar de lo sucedido y, al día siguiente, exigieron que me fuera", cuenta Silvina, indignada porque, en el descargo, los acusados le adjudicaron ansias de protagonismo y la llamaron "actriz".

Fue clave, para el dictamen que señaló la violación a la ley antidiscriminatoria 23.592, el testimonio de tres funcionarias que también cenaban esa noche en el restaurante y que realizaban en el sur de Santa Fe la primera Encuesta Nacional de Nutrición, un proyecto apoyado por Naciones Unidas. Las tres confirmaron que Ardenghi tuvo que discutir con la encargada del restaurante para que los niños fueran admitidos. En setiembre pasado le dieron la razón, pero ella sigue enfurecida, por el mote de "actriz". Aplausos, de todos modos.


El travesti al que le arrebataron el ahijado.

Lo cuidó desde bebé, colaboró en su crianza y una noche lo llevó al hospital Enrique Errill de Escobar porque volaba de fiebre. Los padres cartoneros del chico trabajaban, así que Juanjo lo llevó rápido a la pediatra, no había tiempo que perder. Una asistente social se interpuso en los planes: exigió la presencia de la madre del niño, la partida de nacimiento y el certificado policial de domicilio. "Hubiera sido preferible que lo trajera un tío o un vecino", fue la frase que se le adjudicó. Sus prejuicios se activaron más rápido que la prudencia y dio parte a un juez.

El nene terminó internado en un instituto de Menores, un lugar cuestionado hasta en su denominación, porque los chicos no son "menores" a tutelar, sino sujetos con derechos. Lo cierto es que no hubiera terminado allí si la asistente social no hubiera reaccionado como lo hizo ante la presencia de Juanjo, que, en definitiva, era el que más se había preocupado por el niño. La asistente no pidió documentos al resto de las personas que aguardaban atención para sus hijos. No hacía falta, lucían "normales".


El ladrón desterrado.

La Justicia le atribuyó habilidad con las ganzúas y reincidencias a la hora de quedarse con lo ajeno. Lo que nunca imaginó Hugo Antonio González Soto es que, además de ir a la cárcel, iba a tener que cargar con una declaración de "persona no grata" por parte de los concejales de El Trébol, provincia de Santa Fe, y que iba a recibir una "invitación" para abandonar la ciudad.

La gente dejó de saludarlo, se le cerraron las puertas, toda su familia empezó a sufrir el aislamiento. Los tribunales santafesinos negaron la discriminación, pero el INADI, en setiembre pasado, dictaminó que la decisión de las autoridades de El Trébol significó "una clara violación a los derechos que tienen todas las personas a no ser discriminadas, a transitar libremente, habitar y fijar domicilio o residencia, derechos que no pueden ser cercenados por sospecha o condena anterior. De permitirse lo contrario, se estarían restringiendo las posibilidades de reinserción social".


Un ciego al que dejaron descalzo.

No le quisieron vender un par de zapatillas, mediante el sistema de créditos personales, por su condición. Sucedió en un shopping del oeste del Gran Buenos Aires. Como a todo el mundo, le pidieron el Documento Nacional de Identidad, recibo de sueldo, factura de servicio a su nombre y un certificado libre de antecedentes de morosidad. El cumplió, pero el vendedor le informó que tenía que presentar dos "testigos hábiles" para que le leyeran las condiciones del préstamo, una traba adicional que lo llevó a comprar las zapatillas en otro lado.


La sonrisa asiática borrada de la foto.

La chica, descendiente de coreanos, estaba feliz: viaje de egresados a Bariloche, montañas, chocolate, amistad y madrugada. Tan contenta estaba que no le costó ni un segundo armar la sonrisa para una foto oficial del viaje, tomada por un empleado de la agencia de turismo Cinco Zonas. La sorpresa vino después, cuando constató en un folleto que su imagen había sido suplantada por la de otra persona, de rasgos occidentales.

Tres compañeros le salieron de testigos. La agencia respondió que no estaba obligada a publicar todas las fotos que tomaba y que podía descartar cualquiera, de acuerdo a su propio criterio de selección. "Es como un casting", dijo, y también alegó descuido. Ninguno de los argumentos fueron suficientes para disimular que hubo discriminación.


El escándalo del beso gay.

Boliche de música electrónica de Santa Fe, según los dueños visitado por rugbiers, jugadoras de hóckey y chicos de no más de 22 años. "No se cuenta entre la concurrencia habitual a la denominada comunidad gay", se aclara. Dos chicos se dan un beso, son las cinco de la mañana, el DJ los apunta con una luz láser para que "depongan su actitud". De repente, dos patovicas los toman del brazo y se tienen que ir. "Las demostraciones amorosas, en medio de la pista de baile, superaban los límites de tolerancia", se contestó desde la discoteca a las acusaciones de discriminación. Los testigos aseguraron que los muchachos "no molestaban a nadie" con sus mimos. Y el dictamen del Gobierno vinculó la conducta del club con la homofobia: "Se produjo la materialización violenta de un claro acto discriminatorio".

Mas casos

Hay más y más casos, como el de la mujer con VIH que fue rechazada por compañeras de trabajo en la obra social del Ejército, haciendo circular mails sobre su condición y hasta cambiando las tasas del té, por temor al contagio. Otro es el de una profesora de Historia muy querida por sus alumnos, pero limitada para trabajar en determinados establecimientos, porque el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le retaceó el certificado de aptitud psicofísica a raíz de un cáncer, que nunca le había impedido dar clases. En ambos casos, se consideró que hubo discriminación.

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