domingo, septiembre 16, 2007

La Fruta Prohibida

Nadie, en los tiempos de Edén, fue capaz de despejar el velo del tiempo y descubrir el efecto de un simple acto. Andaba todo ser desnudo, de la manera más natural y cómoda, por más la única manera conocida de andar.

Lechuzas, basiliscos, dromedarios, cunaguaros, centauros, babas, medusas y seres ahora desconocidos o prácticamente olvidados como los krolls, mandrax, hipnocéfalos y leucotaurus vivían plácidamente reunidos y haciendo el amor y alimentando la zoofilia de los favoritos de Yavé: varón y varona.

Varón conocía de memoria todos los orificios de los distintos seres que allí habitaban y que pudiesen satisfacer sus necesida­des, y diariamente trataba de evitar que los orificios de él satisficieran los deseos de cualquiera de ellos, aún cuando no siempre lo conseguía.

Varón parecía sentir predilección por la hembra de cebaño, especie de equino de poca alzada, mientras que varona prefería el miembro prensil de un simio cuyo nombre se perdió en la historia y el miembro ambulacral de un extraño equinodermo terrestre. Los otros seres también copulaban intraespecíficamente , sin la necesidad de la instructiva presen­cia de los humanos, en bacanales priápicas y vaginales.

Cuando estaban todos agotados, se sentaban a mascar hojas de coca, o de canabis, y flores de amapola y a conversar trivialidades en un idioma musical y universal.

Cuenta la leyenda que había un fruto prohibido en Edén, la única restricción del paradisíaco lugar: una fruta roja y carno­sa, propiedad exclusiva de Yavé, la cual le daba la facultad de tener orgasmos más fuertes y duraderos que los normales.

Cierto día retozaba varona con la serpiente, deslizándose ésta por todo el cuerpo de varona y penetrando ofídicamente hasta lugares recónditos, manejando tan majestuosamente su bífida lengua, que el placer de varona rayaba en el dolor: ésta para acallar un grito atrapó el objeto más cercano y lo introdujo en su boca.

Tiempo de diáspora. El objeto tomado fue, por mala suerte, el fruto prohibido. Yavé, con su diapreado humor más negro que nunca, expulsó a su favorita de Edén, y su pareja se fue con ella. Al cruzar la frontera.

Yavé los llamó otra vez a su regazo, pero solo para darles un souvenir, una cesta llena de frutas prohibidas. Cuál no sería la decepción de éstos al descu­brir, poco tiempo después, que las frutas estaban adulteradas, perdiendo para siempre su mágico poder.


Carlos F. Lira G.
"Cuentos para Merendar"

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